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La raíz del racismo en EUA: La historia de la estructura racial del imperio yanqui

Jacobo Hernández

En Estados Unidos los últimos meses han estado repletos de protestas en contra de la violencia racial, violencia que ha afectado históricamente a la población afroamericana. Estas protestas empezaron con motivo del asesinato a manos de policías de George Floyd, el pasado 25 de mayo, manifestaciones que han sacudido el corazón del imperio estadounidense como nunca antes y en las que se ha visto actuar a los cuerpos represores de aquel país con extrema violencia en contra de su propia población, violencia que anteriormente estaba reservada únicamente para las poblaciones extranjeras en cuyos países Estados Unidos intervenía. Cuando parecía que las protestas iban a empezar a ceder, un nuevo incidente, el 23 de agosto, en donde el afroamericano Jacob Blake resultó paralizado ante los disparos injustificados de la policía, ha reavivado la flama. En el marco de las movilizaciones realizadas por toda América Latina en solidaridad con la población latina y afroamericana de Estados Unidos, esta última encabezando el movimiento Black Lives Matter, es necesario conocer el contexto que deriva de estas manifestaciones de hartazgo contra el régimen policial, régimen cuyas raíces se encuentran en la colonización del continente americano.


Desde que colonos europeos se asentaron en América del Norte a principios del siglo XVII, desplazando y masacrando consigo a la población nativa, la escasez de mano de obra barata ha sido un problema constante que se ha visto reflejado en la necesidad de fomentar la inmigración, ya sea de forma forzada o voluntaria, de pobladores de otros territorios.

Conforme se iría desarrollando económicamente el imperio de los Estados Unidos, la migración de trabajadores a la metrópolis sería complementada por la expansión de las empresas estadounidenses en los países de origen de estos trabajadores, en la forma de trasnacionales. Pero cuando el país aún era un conjunto de colonias británicas, se establecería un sistema con el que se condenaría a las etnias de un continente en particular a la sumisión perpetua, a las etnias de África. Ante la falta de mano de obra para el trabajo en los grandes campos de cultivos, en las minas y en otras industrias, un mercado mundial de esclavos surgió para resarcir esta escasez, cuyo origen serían los puertos del África occidental, y cuyo destino serían las recién conquistadas tierras de América. Una vez traídos en masa hacia el continente americano, en barcos en los cuales viajaban encadenados, confinados en espacios minúsculos, expuestos a todo tipo de infecciones y enfermedades, en trayectos con un alto índice de mortalidad; eran explotados en formas sumamente crueles por las élites de origen europeo, explotación cuya constancia a través de los siglos dio lugar a que se creara toda una serie de teorías morales con supuestos principios biológicos, ideologías para justificar esta crueldad entre humanos quienes realmente solo pertenecen a una única raza, pero socialmente han sido categorizados de acuerdo a una serie de rasgos físicos arbitrarios.


Pero esta opresión inmensa con la que siempre cargaron los africanos y sus descendientes nunca los desmotivaron, al contrario, esta población que ha sufrido en demasía no ha dejado de luchar desde ese entonces por su dignidad. Las rebeliones en las plantaciones del sur de Estados Unidos fueron comunes desde su concepción, rebeliones que inspirarían el movimiento abolicionista y que llevarían a los afroamericanos a su emancipación de la esclavitud en la guerra civil (1861-1865). Esas rebeliones serían comunes en otras partes del continente y particularmente en Haití llegarían al grado de revolución en 1804. Pero la emancipación no trajo consigo la igualdad en condiciones de vida: aunque en el periodo inmediatamente después de la guerra civil, durante la reconstrucción, hubo varias concesiones hacia los afroamericanos, como el voto universal, la mayoría de estas medidas serían limitadas o retiradas ante la presión de los grupos paramilitares de supremacistas blancos, como el Ku Klux Klan. Esto daría lugar a un sistema de racismo institucionalizado, especialmente en el sur del país, que llegaría a sustentarse bajo las leyes Jim Crow, cuya doctrina determinaba que el trato entre la población blanca y la afroamericana sería de iguales pero de forma separada, dicho de otro modo, creaba toda una serie de instituciones segregadas para cada población, aunque tratando a los afroamericanos como ciudadanos de segunda clase. Estas leyes no serían abolidas en su totalidad hasta el triunfo del movimiento por los derechos civiles encabezado por Martin Luther King Jr en los 1960s. Pero el triunfo de este movimiento y el desmantelamiento del racismo institucional visible solo dio lugar a mecanismos más sutiles de racismo. Inmediatamente después de este hito hubo un periodo en el que se promulgaron políticas de discriminación afirmativa, en la forma de cuotas de personal que las distintas instituciones debían reservar para la población afroamericana. Con el triunfo del neoliberalismo en los años ochenta, este tipo de políticas se verían desechadas y se daría un giro hacia un modelo “neutral” de políticas raciales, donde se asumiría que la población afroamericana ya no necesitaba ninguna ayuda, ya que supuestamente se había acabado de fondo con el racismo, y se argumentaba que si se seguían con las políticas raciales favorables se iba a discriminar ahora a los blancos. Se exigía que el mercado se hiciera cargo de acabar con la discriminación ante las distorsiones que las intervenciones del gobierno creaban en el terreno económico. Básicamente se estaban invisibilizando los problemas estructurales que siglos de esclavitud y racismo institucional habían traído consigo, y que hacían difícil que los afrodescendientes gozaran de las mismas condiciones favorables que parte de la población blanca tenían.

¿Pero cómo es que la población afroamericana sigue sufriendo de racismo sistemático si ya no existen aparentemente mecanismos de exclusión?

Bueno, pues para saber cómo siguen siendo discriminados los afroamericanos, simplemente hay que hacer un análisis rápido de las estadísticas disponibles en varios rubros sociales, que revelan las fuerzas invisibles que hay detrás de su opresión. En proporción a su población, la población afroamericana supera por mucho a los blancos en cantidad de población encarcelada, número de personas disparadas y asesinadas por la policía, en número de sentencias y años servidos por tipo de crimen. Poniéndole números a esto y también analizando el caso de los latinos, la población afroamericana adulta comprende el 12% de la población, la latina el 16% y la blanca el 63%: pero en las cárceles el 33% son afroamericanos, el 23% latinos y solo el 30% blancos 1 ; para poner otro ejemplo, de todos las personas que no portaban armas y que fueron víctimas de disparos por parte de policías, el 36% fueron afroamericanos, el 18% latinos y el 42% blancos 2 . Los afroamericanos viven en barrios, que contrario a lo que pasa en los predominantemente blancos, son vigilados constantemente por la policía y deben sufrir la humillación de ser parados en la calle habitualmente por agentes policiales que sospechan de sus intenciones. En proporción al tamaño de su población, los afroamericanos se encuentran en mayor porcentaje en la pobreza que los blancos, y las desigualdades de las que sufren son reproducidas por medio de su exclusión al sistema de salud, educación, al mundo laboral y a viviendas dignas. El gobierno estadounidense, no contento con excluirlos de la bonanza económica, hasta los ha tratado en ocasiones como conejillos de india, sin consentimiento, en el área de la investigación biomédica: particularmente de 1932 a 1972, cuando experimentaron con un grupo de 600 afroamericanos para evaluar el desarrollo natural del sífilis en pacientes sin tratamiento (experimento Tuskegee), pacientes que nunca fueron informados sobre su infección con esta bacteria. De igual forma, la comunidad latina ha sufrido también de experimentos parecidos, por ejemplo: en los años cincuenta, en Puerto Rico se probaron los efectos de la primera píldora anticonceptiva en cientos de mujeres sin que ellas lo supieran. Las reformas políticas que han intentado darle lugar a los afroamericanos en las altas esferas no han acabado con las condiciones precarias de esta población, las divisiones de clase entre la propia población afroamericana han relucido de forma constante en estas relaciones de poder, es más, ni el hecho de que se haya electo a Barack Obama en 2008 como el primer presidente afroamericano cambió la situación de la población afrodescendiente sustancialmente. Recordemos que el sistema capitalista está construido alrededor de los intereses de la burguesía que busca explotar a la clase trabajadora y quedarse con la plusvalía, sin importar la raza o etnia de los trabajadores, y mientras esta clase esté dividida les resulta mejor, ya que impide que se genere organización con el poder suficiente para derrocarlos. Barack Obama llegó bajo el partido Demócrata al poder, un partido que se ha caracterizado a lo largo de la historia por representar los intereses de las élites, al igual que el partido Republicano, aunque con un discurso “progresista”, por lo que era de esperarse que cualquier medida en pro de los afroamericanos, y de la clase trabajadora en general, iba a ser bastante mediocre. No solo sucedió ésto, sino que Obama, contrario al discurso de diversidad que ostentaba, aumentó el ataque hacia los inmigrantes y fue él quien construyó las primeras jaulas y campos de concentración para albergar a los inmigrantes detenidos en la frontera, campos que han salido a relucir también durante la presidencia de Donald Trump. Joe Biden, quien sirvió como vicepresidente durante la presidencia de Obama, y actual candidato del partido Demócrata para la presidencia de los Estados Unidos, por lo tanto no es alguien que debería inspirar confianza ni esperanza en la población afroamericana en las próximas elecciones.

Ante la desesperación de la población afrodescendiente por su situación, el movimiento Black Lives Matter (BLM) surge como parte de un hashtag compartido a través de Twitter en 2013, después de que el sistema de justicia absolviera a un hombre blanco de ir a prisión después de que mató en 2012 a un joven afroamericano, Trayvon Martin, que paseaba tranquilamente por la calle. Pero sería hasta 2014 cuando las masas saldrían a las calles a protestar en contra de la violencia policial ejercida contra ellos, indignados por el asesinato de Michael Brown en Ferguson, Missouri, y Eric Garner en Nueva York, este último asfixiado por policías en una escena parecida a la de George Floyd. En esos años se creía que reformar a la policía y el sistema carcelario podrían resolver los problemas a los que se enfrentaban, pero la falta de organización en el movimiento y la cooptación de varios de los líderes por parte del partido Demócrata, cuando Obama estaba en ese entonces, solo dio como resultado la implantación de cámaras corporales en todos los oficiales. Claramente esto no sirvió de nada y todos los planes que habían hecho para cuando Hillary Clinton ganara la presidencia en 2016 fueron desbaratados cuando el que ganó fue Donald Trump, del partido Republicano, quien desde un inicio se refirió a los manifestantes del BLM como terroristas. El movimiento perdió notoriedad con los años, hasta revivir en 2020 con el asesinato de George Floyd, reforzado ahora ante el intento de asesinato de Jacob Blake. En esta ocasión el movimiento se ha caracterizado por su masividad y su esparcimiento por todo el país, además del cambio que se ha dado en el tipo de consignas lanzadas por unas más radicales, de reformar a la policía a quitarle fondos a esta institución para utilizarlos en programas sociales. El movimiento no solo ha desatado en Estados Unidos toda una serie de cuestionamientos sobre la sistematización del racismo, sino que ha influenciado a movimientos en otros países, como en Francia, Reino Unido, Indonesia, Australia, por nombrar a algunos, en donde las etnias minoritarias han sido victimas de sistemas similares.


Para entender por qué el movimiento se enfoca en sus demandas en contra de la policía, se debe de recordar que la policía es el instrumento por preferencia que las élites han usado a lo largo de la historia para placar las inquietudes de las poblaciones explotadas. La afinidad de la policía con los supremacistas blancos en Estados Unidos es bastante aparente, y un simple análisis de algunos de los sucesos de años anteriores que involucran a policías exponen claramente esta relación: tanto el joven blanco, Dylann Roof, que abrió fuego en una iglesia negra y mató a 9 personas en Charleston, Carolina del Sur en 2015, como el otro
joven blanco, Patrick Crusius, que abrió fuego en 2019 en un Walmart en El Paso, Texas, con el objetivo de matar latinos, consiguiendo asesinar a 23 de ellos; ambos fueron detenidos tranquilamente por la policía, sin disparo alguno. De forma similar este año, después de que el joven blanco Kyle Rittenhouse mató el 25 de agosto a 2 en Kenosha, Wisconsin, en una manifestación del movimiento BLM, la policía llegó a donde se encontraba este sujeto, y aún cuando los manifestantes les gritaron a los oficiales que detuvieran a Rittenhouse por el crimen que había cometido, los polícias ignoraron sus súplicas y pasaron de largo sin prestar atención al homicida, centrándose en reprimir a los manifestantes. Se conocería luego cómo los policías se habían mostrado en un inicio amigables con Rittenhouse y hasta le habrían regalado un agua embotellada antes del incidente. Pero no sea un afroamericano como Jacob Blake que decida ignorar a los policías y subir tranquilamente a su camioneta con sus hijos, o a George Floyd cuyo único crimen era el poseer un billete de $20 dólares falso, porque en esos casos todo el peso de la justicia les cae. Incontables videos en Internet muestran la diferencia con la que son tratados los afroamericanos y los blancos, donde la respuesta para estos primeros siempre es sumamente violenta. En las protestas la situación no es diferente: en Portland, Oregon, por ejemplo, cuando el pasado 22 de agosto se enfrentaban los manifestantes del BLM con la extrema derecha, a quienes reprimían los policías eran a estos primeros. Es sabido que los cuerpos represores son infiltrados activamente por supremacistas blancos y la extrema derecha, y que sus sesgos son sistemáticos, pero las élites se esfuerzan por decir que los policías que han cometido todos estos crímenes contra los afroamericanos son solo algunas manzanas podridas. A la par de este fenómeno, la militarización de los cuerpos policiales ha ido en aumento, especialmente desde que Estados Unidos declaró en 2001 la guerra contra el terrorismo, y creó toda una serie de facilidades para poder vigilar y reprimir de forma más efectiva a su propia población.


Históricamente las tácticas que ha desarrollado Estados Unidos al intervenir en otros países para controlar a las poblaciones de aquellos países han sido emuladas en sus propias fronteras para lidiar con su propia población. Además, se ha creado un programa con el cual todo armamento que el ejército descarta es transferido a los cuerpos represores del país, creando unas fuerzas del orden bastante letales. Efectivamente, lo que la población obtiene en lugar de un sistema de bienestar, se lo dan en forma de un cuerpo policial más violento.


La policía colabora con grupos paramilitares de extrema derecha, las llamadas milicias, cuya legalidad está sustentada por la segunda enmienda de la constitución de los Estados Unidos, que le da el derecho a sus pobladores de poseer y portar armas. Estas milicias han jugado un papel importante en la frontera con México, por ejemplo, cazando a los inmigrantes, pero ahora son utilizadas para hostigar a los manifestantes del BLM. En las protestas de Kenosha, Wisconsin, del pasado 25 de agosto, los policías activamente trataron de hacer que los protestantes chocaran con las milicias. Algo peculiar en la historia de la segunda enmienda es que cuando los afroamericanos han querido hacer uso de este derecho, los blancos en el poder se los han negado o limitado, algo que pasó por ejemplo cuando la organización socialista afroamericana de las Panteras Negras, en California, empezaron a portar legalmente armas en las calles durante los años sesenta, hasta que los grupos supremacistas blancos, tradicionalmente en favor de las armas, temerosos en esta ocasión, apoyaron medidas para aplicar controles sobre la posesión de armas de fuego.

Las muestras de ira de la población afroamericana se han dejado ver en estos últimos meses, al igual que la creciente polarización en la sociedad norteamericana y los abusos del gobierno. La única estrategia del gobierno ha sido la represión: el gobierno federal ha movilizado a sus agentes federales e intervenido en los estados, prácticamente como si de
una invasión interna se tratara. Los agentes no traen identificación alguna y merodean en vehículos sin placas con los que secuestran a la gente. Dentro de las agencias que participan en esta operación se encuentran el Servicio de Control de Migración y Aduanas (ICE) y la Patrulla Fronteriza, aquellas que en condiciones normales se encargan de aterrorizar a la población inmigrante, entre ella la latina, y de mantener los campos de concentración en donde encierran a los inmigrantes. Ahora irónicamente las agencias son utilizadas contra los propios locales. Esto deja ver que toda la infraestructura y las fuerzas que el país utiliza para enfrentarse con los enemigos externos bien se pueden voltear y atacar a la población que dicen defender. Nos encontramos en un momento histórico, un momento de rebeldía que amenaza con transformar el sistema racista y capitalista de los Estados Unidos, un momento que requiere de la unión de todas las poblaciones minoritarias dentro y fuera del país, de todos los explotados, de tanto afroamericanos como latinos, para acabar con las injusticias del sistema que todos ellos sufren a manos de las élites predominantemente blancas, élites que llegaron hace mucho a América con el objetivo de amasar fortunas a costa de los nativos. En esta circunstancia especial en donde la rebelión se encuentra en el propio corazón del imperio que domina parte de nuestro mundo, es necesario mostrar nuestra solidaridad y luchar conjuntamente contra el sistema que opta no solo por reprimir a sus propios habitantes, sino a los de los demás países, con tal de mantener los privilegios de una pequeña minoría.

Bibliografía:

1 https://www.pewresearch.org/fact-tank/2020/05/06/share-of-black-white-hispanic-americans-in-prison-2018-
vs-2006/
2 https://www.washingtonpost.com/nation/2019/08/09/what-weve-learned-about-police-shootings-years-after-
ferguson/?arc404=true

BERNIE SANDERS Y EL ASCENSO DEL SOCIALISMO EN ESTADOS UNIDOS

Julián NH

Las recientes campañas políticas en Estados Unidos, orientadas a la elección del candidato del Partido Demócrata que enfrentará a Donald Trump en las elecciones presidenciales de noviembre de este año, han vuelto a mostrar que la mayoría de los jóvenes en este país norteamericano ya están cansados del modelo capitalista neoliberal. Aún sufriendo las consecuencias de la crisis financiera del 2008, una en la que los bancos y centros financieros más grandes fueron protagonistas, usando los ahorros de la gente para alimentar una burbuja inmobiliaria dentro del país que reventó ante la sorpresa de los economistas ortodoxos, provocando una recesión global de una magnitud que no se había visto desde la Gran Depresión; la gente ahora se encuentra en una era que ya no augura un crecimiento económico tan fuerte como en el pasado, un crecimiento que aunque siempre tuvo beneficios desiguales, los ricos captando la mayoría, por lo menos mantenía viva la esperanza del sueño americano, este ideal de movilidad social que según lleva a un pobre a ser rico por medio único de su esfuerzo personal. Pero este discurso ha perdido su legitimidad más que en otros tiempos, y la aparición de un candidato a la presidencia que se auto denomina como socialista democrático ha roto con toda concepción que se tenía sobre el estadounidense promedio.

El socialismo se ha puesto de moda entre la juventud de Estados Unidos gracias a Bernie Sanders y algunas de sus camaradas, consideradas parte de lo que se ha bautizado como “El Equipo” (“The Squad”), con representantes como Ilhan Omar, Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib, estas dos últimas siendo aparte miembras de la organización socialista más grande del país, Socialistas Democráticos de América (DSA por sus siglas en inglés). La brecha generacional se ha visto una y otra vez presente en las elecciones para el candidato del Partido Demócrata a la presidencia, las que Bernie Sanders ha tratado de ganar en un intento de entrismo en el partido generalmente considerado a la izquierda del Partido Republicano. Esta brecha se deja ver en el hecho de que la mayoría de los jóvenes han votado por el candidato socialista, mientras que los más viejos, mayores de 40 años, se han visto más conservadores en sus ideales, pero aún en este rango de edad, el socialismo también se ha ganado a parte de la población.

Aunque Bernie Sanders se proclama como socialista democrático, en realidad es más un socialdemócrata, pero para el entorno político de derecha (neoliberal, neoconservadora o nacionalista burguesa) que casi siempre ha reinado en el país, es verdaderamente un quiebre radical con la política tradicional que ha puesto a temblar a los poderosos y que viene en un momento oportuno en la historia de Estados Unidos, uno después de la Guerra Fría, cuando ya no hay un enemigo externo al que culpar por las simpatías socialistas de la gente. Bernie Sanders se distingue de otros por ser el único candidato que no depende de dinero donado por las élites para hacer su campaña política, la mayoría de las contribuciones a su campaña viene del pueblo, incluyendo la comunidad latina que es una de las más fervientes en su apoyo al candidato. Además, su campaña se ha centrado en la movilización de las masas, con énfasis en los sindicatos, y ha reiterado una y otra vez la idea de una revolución política (no tan extensa como una revolución socialista, pero digna de hacerse), de que si llega a la presidencia, debido a la reticencia del congreso y la suprema corte a colaborar con sus propuestas “radicales”, dependerá de la movilización del pueblo para cumplirlas, y ante este eventual escenario, no hay nada que impida a que las masas vayan por más y que por fin se hagan con el poder en uno de los países más acaudalados del mundo.

Dentro de las propuestas que lanza Bernie Sanders, se encuentra la implementación de una transición completa a energía verde para el 2030[1], empleando miles de trabajadores contratados por el Estado y concentrándose en las localidades más marginadas del país, asegurando a los trabajadores de la industria de combustibles fósiles empleo, y castigando duramente a aquella industria por su inacción y sabotaje a las medidas que se han implementado anteriormente para combatir el cambio climático. Cabe decir que queda corto de proclamar una nacionalización de la industria energética, una que ha sido dominada por décadas por las trasnacionales más poderosas y voraces del mundo. Por otro lado, Sanders ofrece un plan de cobertura de salud universal, algo que en un país con una industria de salud totalmente privatizada sería un alivio para los más pobres, aunque no plantea nacionalizar los hospitales, ni las farmacéuticas, por ejemplo. Ofrece hacer gratuitas todas las universidades públicas del país y eliminar la deuda que la mayoría de estudiantes debe de contraer para pagar por sus estudios; propone aumentar el número de trabajadores sindicalizados en todas las industrias y que los trabajadores tengan más poder en las decisiones de las empresas. Apoya un plan para construir vivienda social, que en Estados Unidos es casi inexistente y su carencia ha provocado el crecimiento de una gran población sin hogar. Asimismo ha propuesto reformar el sistema penitenciario del país, que opera con fines de lucro y afecta particularmente a las minorías, acabar con las deportaciones masivas, etc. ¿Y cómo planea que el gobierno pueda pagar por todo esto? Subiendo los impuestos a los más ricos, poniendo impuestos a las transacciones bursátiles en Wall Street, cortando el presupuesto destinado a operaciones militares. Es de notar que quiere reformar la política exterior de Estados Unidos, y repetidamente ha salido a denunciar casos como el reciente golpe de Estado en Bolivia (2019), y se ha negado a reconocer a Juan Guaidó como presidente de Venezuela, por ejemplo, pero no parece ser que acabará de una vez por todas con el papel imperialista de Estados Unidos.

En el 2016 fue el primer intento de Bernie Sanders por obtener la candidatura del Partido Demócrata, y a principios de 2020 todavía sigue en el proceso de su segundo intento, pero lamentablemente, y tal vez hasta de forma previsible, ya ha perdido en ambos casos, lo que no quiere decir que no haya estado cerca, y es que en esta última ocasión se ha necesitado de la unión de toda la élite del Partido Demócrata para poder derrotar al popular Bernie Sanders, en ocasiones hasta haciendo actos que hacen sospechar de fraudulentos. Particularmente, en el estado de Iowa, en las primeras elecciones estatales para elegir al candidato a la presidencia representando al Partido Demócrata, el sistema digital que supuestamente ayudaría en el conteo de votos falló. Luego se descubriría que esa aplicación utilizada había sido financiada por candidatos opositores a Bernie Sanders, aunque no se dijo más. En esa elección, Sanders y un candidato de la élite, Pete Buttigieg, quedaron casi empatados, aunque el voto popular lo ganó Sanders. Y es éste el otro problema de las elecciones en Estados Unidos, que tanto las presidenciales como las internas a los partidos no son democráticas, ya que el voto popular no es el que gana sino que se vota por electores de acuerdo a la región a la que se pertenezca, cuyo número depende de donde uno se encuentre, pero no es proporcional al número de habitantes y favorece a las bajas poblaciones rurales; estos electores tienen posteriormente la tarea de votar por el candidato por el que fueron votados, pero si este claudica, tienen la libertad de elegir a otro, y aún cuando no claudicara también en teoría podrían elegir a otro candidato.

Ahora, en las elecciones actuales habían por lo menos 6 candidatos en un inicio, la mayoría siendo los mismos burgueses de siempre; Bernie Sanders ganó al principio New Hampshire y Nevada, pero perdió ante Joe Biden en Carolina del Sur, un candidato con el mismo tipo de propuestas que Hillary Clinton (la candidata neoliberal a la presidencia contra Trump en 2016), y es en ese momento, cuando las élites del partido cerraron filas inmediatamente, y forzaron a los demás candidatos a claudicar y a apoyar a Biden. En las elecciones de los estados que siguieron, los resultados de esta estrategia salieron a relucir, y Bernie Sanders perdió la mayoría de los comicios, pero por lo menos ganó en uno de los más importantes estados en Estados Unidos, California. Como nota interesante, un candidato que había intentado ganar estas elecciones, el multimillonario Michael Bloomberg, creyó que podía comprar la elección inundando las redes con propaganda suya, sin seguir las propias normas que el Partido Demócrata impone para las nominaciones, demostrando otra vez el favoritismo del partido a las élites, aunque no fue exitoso al final.

Bernie Sanders no es el candidato ideal para llevar a los trabajadores al poder en Estados Unidos, ya que es un socialista solo en papel, pero no podemos negar que es el responsable de que una nueva generación de jóvenes se haya introducido de alguna forma a las ideas socialistas, y no podemos negar que su estrategia de basarse en las masas para pasar sus propuestas puede conducir a algo mayor de lo que él planea.

La organización socialista con mas miembros en Estados Unidos, Socialistas Democráticos de América, fundada en 1987, se denomina a sí misma como socialista democrática, pero en la práctica cuenta con miembros de múltiples tendencias. Esta organización ha visto un crecimiento exponencial gracias al apoyo que le ha dado a Bernie Sanders, con tan solo decir que cuando empezaron con este apoyo en el 2014, tenían apenas 6500 miembros, pero cuando fueron las elecciones presidenciales en 2016 ya tenían 8500, de noviembre de 2016 a julio de 2017 consiguieron 13000 miembros más, y para 2018 ya tenían 50000 miembros. Claro que esto no significa que todos los miembros estén activos, pero por lo menos si apoyan económicamente, y lo importante es que los estadounidenses se muestran cada vez más positivos ante la idea del socialismo. La efervescencia se nota en la gente que ha empezado a organizarse después de décadas de alienación, de políticas que solo han llevado a más explotación, de un sistema que ni es democrático y en donde se intenta presentar un falsa elección entre dos caras de la misma moneda, el Partido Demócrata y el Partido Republicano. Es ahora, cuando el sistema global parece aproximarse a una nueva recesión, que la organización de las masas será importante. La crisis del 2008 careció de organización, pero el pueblo aprendió, y hoy en día está más preparado para acabar con las raíces del sistema capitalista de una vez por todas.

[1] Conocido como “Green New Deal”, en alusion al “New Deal” implementado por Franklin D. Roosevelt para reactivar la economía con base en la intervención del Estado después de la Gran Depresión de 1929.

LA SITUACIÓN INTERNACIONAL Y AMÉRICA LATINA; UN BALANCE CRÍTICO

El sistema capitalista mundial atraviesa por una profunda crisis, una crisis estructural que se sustenta en el descenso de la tasa de ganancia, pero sobre todo, en la crisis de relaciones sociales del capital.

La burguesía mundial busca nuevos patrones de acumulación, recargando la crisis en los hombros de la clase trabajadora. Las condiciones mínimas para los trabajadores cada vez se ven más mermadas, las vacaciones, el día de descanso, la extensión de las jornadas de trabajo, la jubilaciones y pensiones, se han vuelto el blanco de los capitalistas ante la crisis mundial.

Estas condiciones se presentan lo mismo en los llamados países desarrollados como en los países dependientes o del llamado tercer mundo. Las libertades son atacadas lo mismo en Francia y Estados Unidos que en México y Brasil.

Crisis en América Latina
La bancarrota capitalista se ha magnificado en América latina como consecuencia de su dependencia extrema del mercado mundial. Golpeada por la quiebra hipotecaria y financiera de Estados Unidos y Europa, fue alcanzada enseguida por la reactivación del mercado mundial de materias primas, como consecuencia del rescate fiscal que impulsaron en especial Estados Unidos y China. Este rebote provocó un gigantesco endeudamiento público y privado, en especial por las operaciones de carry trade, y en consecuencia el desarrollo de un endeudamiento interno hipertrofiado y usurario. La “recaída” ulterior de la crisis mundial -Europa en 2012 y China en 2014-, que hundió el mercado de materias primas y desató una fuga intensa de capitales, volvió a llevar a los principales países del continente a un cuadro de bancarrota efectiva o potencial. Con una deuda pública de alrededor del ciento por ciento del PBI, la crisis política en Brasil podría desatar una situación de default (suspensión de pagos, insolvencia o cesación de pagos). En resumen, el nacionalismo burgués llegó a su apogeo político en el ascenso de este ciclo secundario de la crisis y se derrumbó en el retroceso de ese mismo ciclo.

Ahora, América Latina asiste a un nuevo episodio, considerablemente más grave, del largo ciclo iniciado con la crisis mexicano-argentina de 1982. Las crisis políticas en las metrópolis (Trump, Brexit, Francia, Italia) y la acentuación de la tendencia a la desintegración de la economía mundial (guerra comercial, principio de disolución de la UE y de la zona euro), solamente pueden agravar la tendencia a la crisis conjunta latinoamericana.

La apelación a la apertura económica y al socorro financiero internacional por parte de los nuevos gobiernos de filiación derechista, se encuentra en contradicción con la tendencia a la guerra comercial internacional, por un lado, y con la crisis de sobreproducción y financiera de China por el otro. Gobiernan, en Brasil y en Argentina, sobre la base de coaliciones políticas precarias, unidas por el temor a nuevas crisis políticas, bancarrotas y alzamientos populares. Obtienen del capital financiero un socorro que potencia la crisis con el pretexto de superarla, y que representa, por sobre todo, una salida efímera para los capitales ficticios que dominan el escenario financiero internacional. No existe una corriente de inversiones productivas, por la misma razón por la que escasean en las propias metrópolis y por el impasse de conjunto del proceso de globalización.

En Brasil se manifiesta un proceso aún más extraordinario: el desmantelamiento de una parte significativa de la estructura industrial, como consecuencia de las denuncias de corrupción en gran escala montadas desde el Departamento de Justicia y el gobierno de Estados Unidos y los monopolios petroleros internacionales.

Donald Trump
La clase obrera mundial sabía perfectamente cuales serían las consecuencias del arribo al poder de Donald Trump, quien a través del discurso de odio, racismo, violencia machista y homofobia confronta a los trabajadores entre sí como enemigos, perdiendo de vista que el enemigo es la burguesía que se beneficia de esta situación.

La guerra e intervencionismo imperialista sigue siendo la pauta de la política exterior norteamericana, los bombardeos en Siria y Afganistán no cesan y las tensiones y amenazas de guerra a Corea del Norte siguen siendo la pauta de una política de control imperialista. El triunfo de Trump puso en el centro de análisis el profundo racismo que habita en las clases adineradas y en amplios sectores de la población de Estados Unidos, que también padecen los estragos de una política interna que sigue sin dar muestras de claridad o mejora para los trabajadores del Norte.

Trump llegó al gobierno para profundizar el saqueo y depredación capitalista mundial y donde gobiernos que asumen una posición semicolonial ejecutan las políticas dictadas desde Washington en contra de la clase trabajadora, casos como Brasil, Argentina y México dan claras muestras de esta realidad en América Latina.

La reciente actuación del canciller Videgaray en la cumbre de la OEA de junio pasado realizada en Cancún, México, muestra como la política exterior mexicana se enfoca en ejecutar los mandatos norteamericanos ante las miradas atónitas de la opinión pública mundial, que observaba a un canciller mexicano más preocupado por ejecutar la línea de Washington contra Venezuela que por una protesta de dignidad ante el resto de países por los ataques y el discurso de odio de Donald Trump contra los mexicanos y sobretodo con una política interior omisa y cínica de un Estado que pretende mostrar una imagen falsa al mundo, la violencia en nuestra país alcanza niveles alarmantes, asesinatos, desapariciones, feminicidios, día a día van en aumento y resulta que Videgaray se asume como el gran juez ético de lo que ocurre en el país sudamericano.

Crisis imperialista y del nacionalismo burgués
América Latina asiste, hasta cierto punto, a un fenómeno excepcional. De un lado, al derrumbe de los regímenes nacionalistas burgueses y frentepopulistas que fueron empujados al poder por diferentes episodios de la crisis mundial de los 90 y por el agotamiento de las tentativas neoliberales precedentes; por otro, a una rápida crisis de los gobiernos que han venido a reemplazarlos por distintos medios políticos, electorales o golpistas. En resumen, asistimos a la conjunción de la crisis de dos formas de dominación política que se sucedieron y alternaron en el último cuarto de siglo.

Desde la crisis asiática de 1997-98 hasta el comienzo de la crisis de China, en 2014, la emergencia de gobiernos de corte nacionalista fue un resultado indirecto de crisis económicas y grandes sublevaciones de masas (desde la guerra del agua hasta la insurrección de octubre de 2003 en Bolivia, varias insurrecciones en Ecuador, el “argentinazo” y el “caracazo”, luchas agrarias en Paraguay y en Honduras), o de crisis financieras y luchas populares, en particular en Brasil, como prevención política frente a potenciales situaciones pre-revolucionarias.

Lo peculiar del momento ulterior, actual, en particular con el desplome del gobierno golpista de Michel Temer en Brasil, es la evidencia de una inviabilidad de las salidas alternativas de nuevo corte neoliberal. Esto vale también para la incipiente crisis política del gobierno de Horacio Cartes en Paraguay, las luchas que ha desatado la política del gobierno de Mauricio Macri en Argentina, un probable juicio político en Honduras y, no menos importante, el default económico y político de Puerto Rico. América latina atraviesa por una experiencia singular, como es la crisis sucesiva de formas de sucesión política.
Esta crisis conjunta se manifiesta en Venezuela, donde se combinan el agotamiento completo de la experiencia chavista y la inviabilidad irreversible del gobierno de Nicolás Maduro, por un lado, y la impotencia de la oposición de derecha y del imperialismo para organizar una sucesión “indolora”. En Venezuela se ha formado un “gobierno de facto” que deja abierta la perspectiva de un golpe y un gobierno militar, por una parte, una cadena sucesiva de crisis que podrían derivar en el desarrollo de situaciones revolucionarias, por la otra.

El nacionalismo burgués ha vuelto a demostrar su incapacidad histórica. Lo atestigua la debacle del chavismo. Ha pasado de un sistema plebiscitario a un régimen de facto y represivo. El desabastecimiento y una inflación galopante hacen las veces de medio del “ajuste”, cuya finalidad es el pago de la deuda externa.

Las masas explotadas han comenzado a advertir, en América Latina, que detrás de las políticas de “ajuste estructural”, liquidación de derechos laborales y sociales y privatización generalizada, opera una crisis política de conjunto. Las crisis sucesivas van enseñando que no existe salida social para la mayoría popular bajo la dominación política burguesa.

La izquierda revolucionaria y sus desafíos
Esta crisis conjunta del nacionalismo burgués y de la derecha proimperialista coloca a la izquierda revolucionaria ante un desafío objetivo, en su calidad de fuerza política en presencia, en sindicatos, en el movimiento de mujeres, el magisterio y los estudiantes y la juventud, y en los lugares de trabajo y organizaciones de desocupados; y en el campo electoral y parlamentario. Para una parte de la izquierda, sin embargo, la conquista de las masas se identifica con la adaptación a la emigración defraudada del nacionalismo, en oposición a una franca política de construcción revolucionaria en base a una lucha de clases cada vez más política y más intensa. En Venezuela, la izquierda marcha con el chavismo disidente en torno de consignas comunes de la oposición de derecha.
Desde el Grupo de Acción Revolucionaria proponemos el desarrollo del Frente Único para la intervención en las actual crisis imperialista y en el agotamiento de las experiencias nacionalistas burguesas; no defendemos el “frentismo” sino el Frente Único como un método para impulsar la intervención de las masas. El proletariado coquistará el poder por medio de la homogenización política, o sea la construcción de su propia organización revolucionaria, el partido revolucionario. El frentismo en sí mismo equivale al movimientismo, donde la acción es todo y la estrategia política nada.

Al nacionalismo burgués decadente y en crisis oponemos la lucha por gobiernos obreros y campesinos y por la unidad socialista de América Latina, incluido Puerto Rico. La bancarrota de la menor de las Antillas debe servir para impulsar una gran lucha nacional en el Caribe, bajo la bandera de la unidad socialista de los pueblos caribeños. Es lo que dará. seguramente, un nuevo impulso a la Revolución Cubana.

Es hora de derribar esos gobiernos que solo atacan a los trabajadores, acólitos del imperialismo y sus transnacionales.